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Guerrillas, crimen organizado y autoritarismo

Opinión
El autoritarismo, incluso el que se reviste a sí mismo con ropajes populares, puede abrir la puerta a la violencia armada al cancelar las vías pacíficas y democrática de participación política. En un país agobiado por la violencia criminal, la cerrazón institucional, la división y la desigualdad son el escenario puede ser propicio para ello. En lo personal, no creo en la lucha armada para derrocar a un gobierno autoritario o tiránico.
Si algo nos enseñó el Siglo XX fue que la lucha armada contra dictaduras y autoritarismos tuvo dos derroteros. En uno, significó el fracaso estrepitoso de quienes emprendieron ese camino, con la consiguiente pérdida de vidas, sobre todo jóvenes. Adicionalmente, en respuesta, se dio un aumento de la represión que alcanzó a organizaciones sociales, intelectuales críticos y personas inocentes. Ahí tenemos las guerras sucias de Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Perú, Colombia, Guatemala y México.
En otro, las guerrillas triunfantes, que de alguna manera alcanzaron el poder, como en Cuba, Nicaragua o El Salvador, se alejaron de su propósito inicial de servir al pueblo, cualquier cosa que eso sea, y terminaron en pesadillas antidemocráticas y gobiernos opresores.
Vale la pena definir términos: un movimiento armado guerrillero es un actor no estatal paramilitar cuyo objetivo es la toma del poder político por la fuerza. A diferencia del crimen organizado, una guerrilla tiene objetivos políticos.
Todas estas definiciones tienen un carácter formal, pero la realidad es diferente. Tomemos el caso del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, una organización que nació como un grupo insurgente, pero que derivó en una agrupación político criminal que participa activamente en el tráfico de drogas y el secuestro. Aquí se han borrado las barreras teóricas de lo que es un grupo armado político de uno con fines criminales.
En México, ha sucedido un proceso inverso. Organizaciones que nacieron como grupos criminales están acercándose a la política. Desde luego, no tienen un ideario o una orientación ideológica, pero los anima la más pura de las intenciones en política: hacerse del poder para ejercer un control sobre presupuestos, obras, negocios y personas. En algunas regiones del país existe lo que Lenin llamaba una dualidad de poderes. Son un pequeño Estado paralelo al Estado nacional: cobran impuestos, dictan las leyes y las aplican e incluso fijan el precio de las mercancías como las tortillas, el pollo, el huevo. Poblaciones enteras se han acomodado a ese arreglo ante el abandono de los gobiernos constitucionales.
Tenemos muchos indicios en el pasado reciente del acercamiento de las organizaciones criminales a partidos o candidatos y de la intervención del crimen organizado en los procesos electorales. El reciente caso del proceso electoral de Veracruz revela el nivel de intervención del crimen organizado en los comicios: muertos, amenazas, secuestros, etc.
En mi artículo de la semana pasada dije que la elección judicial sería equivalente a una victoria pírrica para el gobierno federal. Y vaya que sí, nueve de cada diez mexicanos rechazaron acudir a las urnas o bien dejaron su boleta en blanco o anulada. Un gran fracaso y un ridículo para la presidenta Sheinbaum. Por si fuera poco, el fraude, los acordeones, los recursos públicos que se destinaron dieron un resultado magro: ministros, magistrados y jueces sin ninguna legitimidad ni respaldo popular.
En efecto, triunfaron MORENA y el Gobierno, pero estarán frente a un Poder Judicial que no podrán controlar. Tal vez sí lo harán con la Suprema Corte y el Tribunal Electoral, pero los jueces y magistrados que tienen contacto diario con asuntos muy concretos tienen muchos amos: gobernadores morenistas, grupos con influencia en el partido hegemónico y hasta crimen organizado.
Ahora tienen los tres poderes y controlan la mayor parte del Estado. Seguirán adelante con sus reformas tratando de cerrar los espacios para otras corrientes y partidos. Se esforzarán por continuar en el poder. Mientras la situación económica lo permita lo podrán hacer, pero cuando el ambiente se vuelva asfixiante en lo político y lo económico se correrá el riesgo de un nuevo tipo de violencia armada.
Si no hay una forma de participación democrática para las corrientes y partidos que piensen diferente a MORENA, una forma que garantice una competencia real, entonces muchos pensarán en buscarlo de otra manera. Los grupos armados de los años 70 se rebelaron contra el autoritarismo priista que lo controlaba todo en un escenario de declive del milagro mexicano. El milagro de la cuarta transformación nunca existió más que en el discurso.
Hoy, México es uno de los países más violentos del mundo, pero el autoritarismo y las crisis pueden abrir la puerta a una violencia mayor.
Ojalá que no.